En las vastas llanuras del noroeste de la provincia de Buenos Aires, donde hoy se extienden campos cultivados y estancias centenarias, se esconde una historia poco conocida pero decisiva en la conformación de la región: la llegada de inmigrantes británicos que, a fines del siglo XIX, fundaron los primeros establecimientos rurales tras la Campaña al Desierto. Con nombres como Newbery, Drable y Lowe, estos pioneros no solo poblaron tierras vacías, sino que sentaron las bases de una cultura rural que aún hoy define a la zona.
George Newbery y la primera estancia de la región
Apenas habían pasado los ejércitos de Roca en su avance hacia el sur cuando George Newbery emprendió su propio viaje. Partió desde Bahía Blanca rumbo al norte, acompañado por un viejo araucano como guía y una tropilla de veinte caballos. Recorriendo una tierra marcada por la guerra de conquista, donde los campos mostraban huellas de tolderías arrasadas y fortines desmantelados, llegó a una zona conocida como Italó.
Allí, George eligió una fracción de tierra con buenos pastizales y comenzó los trámites para obtener la concesión, que le fue otorgada en 1880. Acto seguido, los Newbery adquirieron 4.500 vacunos y contrataron los servicios de cowboys norteamericanos, por entonces presentes en las cantinas de Buenos Aires tras la guerra civil en Estados Unidos. Fue así que comenzó a poblarse la estancia La Media Luna, levantada sobre los restos de un viejo fortín y bautizada con el nombre de una laguna en la propiedad. Se trató del primer establecimiento rural organizado de la región, y marcó el inicio de una nueva etapa productiva.
La Belita: fortificaciones y relatos del mayordomo irlandés
Un año después, en 1881, llegó a la zona otro británico: George W. Drable, comerciante establecido en Buenos Aires. Adquirió unas quince leguas cuadradas de campo gracias a la gestión directa del presidente Julio A. Roca, quien por entonces buscaba compradores dispuestos a poblar las tierras recién conquistadas.
Drable fundó la estancia La Belita, y construyó una casa fortificada con mirador y troneras, diseñada para resistir ataques en un contexto todavía inseguro. Si bien los enfrentamientos con indígenas iban quedando atrás, los incendios naturales y otras catástrofes rurales eran por entonces la principal preocupación. Las peripecias cotidianas de esta etapa fueron registradas con minuciosidad en el libro de partes diarios de la estancia, escrito por el irlandés Miguel Ross, mayordomo traído especialmente por Drable y testigo clave de esos primeros años.
La llegada de Luis John Lowe y la estancia El Plato
El impulso pionero continuó en 1887, cuando el ingeniero inglés Luis John Lowe se sumó a la comunidad británica en expansión. Lowe había trabajado en las "obras de salubridad" de Buenos Aires, participando en la construcción del emblemático Palacio de Obras Sanitarias. Fascinado por las posibilidades del campo y por la consolidación de una colonia británica en la región, compró un campo de 2.000 hectáreas, al que más tarde sumó otras 2.500 hectáreas linderas que habían pertenecido a los Newbery.
Allí fundó la estancia El Plato, nombrada así por una laguna en el corazón de la propiedad. Su hermano Archibaldo Lowe fue el primer poblador efectivo, aunque para 1892, el propio Luis se instaló con su familia, construyó la casa principal, levantó galpones y otras edificaciones de trabajo, y plantó árboles. Introdujo adelantos técnicos y organizó una explotación agropecuaria diversificada, que convirtió a El Plato en una estancia moderna y modelo para la región.
Ferrocarril, polo y comunidad británica
Con el correr de los años, los asentamientos británicos crecieron en torno a las vías del ferrocarril, que no solo facilitaban el transporte de ganado y productos, sino que también estructuraban la vida social. A pesar de vivir en el campo, los británicos mantenían una fuerte identidad colectiva y buscaban espacios de encuentro que respetaran sus costumbres.
Uno de estos espacios fue el club de polo La Media Luna, fundado en tierras originalmente pertenecientes a los Newbery. Fue uno de los primeros clubes de polo del país, y surgió como una manera de organizar un juego que ya se practicaba de manera informal los fines de semana en las estancias. El polo no solo era un deporte: era un símbolo de pertenencia para una comunidad que hablaba inglés, mantenía su arquitectura europea y se reunía alrededor de las tradiciones ecuestres.
Una huella indeleble en el paisaje rural
Hoy, los vestigios de aquel pasado británico siguen vivos en la arquitectura de las casas principales, en los árboles centenarios que rodean los cascos, en los relatos familiares que pasaron de generación en generación. Estas estancias pioneras, como La Media Luna, La Belita y El Plato, no solo impulsaron el desarrollo productivo del noroeste bonaerense, sino que también moldearon su cultura rural con una impronta única: la del espíritu británico, adaptado al viento, al barro y al horizonte infinito de la pampa.
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